lunes, 4 de abril de 2011

¿Puede en la actualiadad un regimen dictatorial triunfar?


En otoño de 1967 Ron Jones, un profesor de historia de un instituto de Palo Alto en California, no tuvo respuesta para la pregunta de uno de sus alumnos: ¿Cómo es posible que el pueblo alemán alegue ignorancia a la masacre del pueblo judío? En ese momento Jones decidió hacer un experimento con sus alumnos: instituyó un régimen de extrema disciplina en su clase, restringiéndoles sus libertades y haciéndoles formar en unidad. El nombre de este movimiento fue The Third Wave. Ante el asombro del profesor, los alumnos se entusiamaron hasta tal punto que a los pocos días empezaron a espiarse unos a otros y a acosar a los que no querían unirse a su grupo. Al quinto día Ron Jones se vió obligado a acabar con el experimento antes de que llegara más lejos.

Bajo este epígrafe se desarrolla la idea de La Ola. Durante un proyecto semanal, el profesor Rainer Wenger enseña a los estudiantes de su clase el tema de la autocracia como forma de gobierno. Los estudiantes se muestran escépticos ante la idea de que pudiera volver una dictadura como la del Tercer Reich en la Alemania de nuestros días y creen que ya no hay peligro de que el nacionalsocialismo vuelva a hacerse con el poder, porque a pesar de haber pasado décadas, las nuevas políticas y tecnologías arbitrarían el proceso de un mandato nuevo autocrático. El profesor decide empezar un experimento con sus alumnos para demostrar lo fácil que es manipular a las masas. A través de su lema: "fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo", haciendo hincapié en ello, de tal forma que cada día los alumnos siguieran una nueva regla. Por ejemplo, el profesor logró que todos ellos entrasen a su aula y se sentarán con actitud atenta y con la espalda bien recta, decididos a iniciar la clase y a participar en ella de manera proactiva. El interés por la forma de cómo se ejecutaban esas clases creció, haciendo que jóvenes de otros cursos se cambiaran de aula hasta ser un curso numeroso, derivando en fanatismo. El grupo llega incluso al extremo de inventar un saludo y a vestirse de camisa blanca. El popular curso se decidió llamar "La Ola", y a medida que pasaban los días, "La Ola" comenzaba a hacerse notar mediante actos de vandalismo, todo a espaldas del profesor Wenger, que acaba perdiendo el control de la situación.

Técnicamente la película es de una factura sublime. Bien ambientada, y con personajes con roles muy definidos y estereotipados (lo cual no tiene que ser negativo) consigue demostrar al espectador lo fácil que resulta movilizar un grupo humano, contra más jóven, analfabeto e introvertido mejor, a una deriva en la que a través de la acción en grupo y la disciplina se penaliza la individualidad (las modas por ejemplo), las ideas distintas o discordantes y como a través del refuerzo social de sentirse admitido o unido a un grupo y esa afinidad, darle con las dosis de rabia y violencia necesarias, la fuerza y el poder para pasar a ser un verdadero movimiento político y social en el que la voz del líder es la voz del grupo, y la personalidad y libertad de todos se minimiza en aras de conseguir lo que deseé y proponga ese líder. Por lo tanto cometido, de director, guionista y actores más que conseguido.

Volviendo y contextualizada esa pregunta del título al aspecto sociológico de la actualiadad, 2011 y en la Europa democrática y avanzada como por ejemplo España, o sobretodo y mucho más moderna Alemania.

La Ola, es un film alemán inspirado los sucesos que tuvieron lugar en 1967, cuando tras cinco días de experimentos el profesor de historia Ron Jones tuvo que interrumpir el proyecto «La tercera ola» con el que pretendía demostrar a sus alumnos de la escuela Cubberley de Palo Alto (California) la dimensión real y los peligros de la autocracia. Obtuvo el resultado contrario. En 1981, el escritor estadounidense Todd Strasser narró en su libro «The Wave» bajo el pseudónimo Morton Rhue los hechos que en 2008 recupera el director Dennis Gansel en clave de thriller y ubicando los hechos en Alemania en la época actual. El filme obtuvo un gran éxito en el Festival de Sundance y consiguió erigirse como líder de taquilla en Alemania cuando fue estrenado. El experimento del profesor Jones utilizó la libertad de catedrá y la libertad de expresión para conocer algo más El fenómeno de la obediencia extrema, toda una realidad que ha traído de cabeza durante más de 70 años a psicólogos, sociólogos y politólogos de todo el mundo desde que la Alemania deprimida, obrera y depauperada tras el crack del 29, vió en el nacionalsocialismo y en el discurso nacionalista, racista y exhacerbado las respuestas que las democracias en pañales de aquel momento era incapaz de ofrecer. Han pasado 70 años, si, pero todos vemos las similitudes.

Pero no sólo obtuvo premios y beneficios en la cartelera, sino que también movió conciencias. Las de una sociedad, menos anquisolada y compasible consigo misma comparada con la española, pero si que había crecido y ganado seguridad desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que creía tener desterrado para siempre el odio, el fanatismo y la intransigencia. La sociedad alemana había visto crecer la popularidad de los movimientos de extrema derecha entre las masas más jóvenes, pero parecía no tener más que un punto simbólico. Lo cierto, es que tras la explosión de la película, se tiene claro y se trata de corregir la apatía, indiferencia, el individualismo extremo y la falta de valores humanos que los jóvenes de todas las clases sociales, y que sirven de caldo de cultivo y carne de cañón para que surja una ideología, un fanatismo y disciplina ante un líder que sepa manipular esas masas yermas y carentes de sentido de la vida que la sociedad capitalista construye con tanta facilidad.

La película constata los peligros que genera la capacidad de fascinación de un líder carismático, un profesor en este caso, que encauza la latente rebeldía juvenil hacia un uso viciado de las virtudes básicas —la unidad, la amistad, la lealtad, el sacrificio, la confianza…—, cuyo atractivo sigue siendo universal. Una capacidad de fascinación, en fin, que podría transformar en infame dictadura hasta la más probada de las democracias.

La manipulación de los grupos y colectividades está a la orden del día y no pocos políticos y personalidades la cultivan con asiduidad apoyándose en todos los medios a su alcance. Siempre es positiva la revelación de algunos de los mecanismos que se utilizan para esta instrumentalización interesada de las masas. Y, en este sentido, el film es diáfanamente didáctico y defendible.

Ahora bien: ¿Puede esto surgir en España? Pues claramente sí. Argumentos como los de tener una sociedad anclada y enfangada, falta de expectativas y ofertas para la juventud en estudios, trabajo o vivienda, desapego hacia los derechos y deberes que toda libertad conlleva, la excesiva deriva al consumismo continúo o no haber sido capaz tras 35 años de "pseudo" democracia de limpiar las cunetas de aquellos que dieron su vida por la libertad, son lo suficientemente graves y concretos como para tener esa posibilidad lo suficientemente en cuenta. Ese desapego y desafección sobre los actos, causas y efectos que tiene la política y la economía en la sociedad tiene muchos peligros; el más latente y grave: El pesimismo.

De todos los argumentos contra cualquier protesta, contra cualquier movilización, hay uno especialmente repetido desde que existen las huelgas: “No va a valer de nada”. En ese determinismo fatalista vive hoy gran parte de la sociedad, esos ciudadanos que en la tertulia del bar se oponen a recortes como la jubilación a los 67 años o la reforma laboral, pero después afrontan su destino resignados porque, total, nada va a cambiar. Es un profecía autocumplida: nada cambia cuando nadie hace nada, y vuelta a empezar. Por eso es una buena noticia que protestas ciudadanas consigan su eco, como las movilizaciones contra la llamada Ley Sinde. Por eso es una lástima que hayan tenido que ser las descargas, y no la reforma de las pensiones o el abaratamiento del despido, el debate que encienda a una buena parte de la sociedad. Ya lo he escrito en muchos momentos a lo largo de este blog: creo que la Ley Sinde es un error que crea un innecesario agujero en la Justicia y que, además, no va a acabar con la piratería digital, un problema que sólo se arreglará con oferta legal buena, bonita y sobre todo barata. Aunque también tengo la triste sensación de que es el circo, y no el pan, la verdadera razón que mueve a muchos a la movilización (tampoco es nuevo: fue un impuesto sobre el té lo que inició la independencia de EEUU). Pero volvamos a los recortes sociales, que es el problema mayor. ¿En qué estrellas está escrito que nada de nada va a cambiar? ¿Cómo es posible que incluso durante la dictadura las huelgas –entonces ilegales– pudiesen mejorar las condiciones de los trabajadores y hoy, en una democracia, gran parte de la sociedad crea que no hay nada que hacer? ¿Por qué la ciudadanía no presiona y deja todo el campo a los mercados, a Merkel o al FMI? ¿A qué esperamos para empezar a protestar?

De momento los líderes de tal rebelión no pasarían de ser la Esteban o Sergio Ramos, y nos llevarían a todos a ritmo de subuffer a un botellón; lo cual ciertamente, nos tranquiliza. O no.

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